27 mar 2012

DIARIO DE UN VIAJE HUMANITARIO AL VALLE SAGRADO DE LOS INKAS #4

Día 04.01.2012

Hoy subimos a
Arawara, 4.040 m.s.n.m. Sesenta familias, ciento cincuenta niños, comunidad situada por encima de Huaro. Celso vino tarde a buscarnos ya que tuvo dificultades en encontrar coche y chofer. Llega con Urbino y su Toyota Corolla Ranchera del año 1.990. Vamos a recoger y pagar el resto de las doscientas “ojotas” (zapatos que usan en el lugar)

Yo no había visto nunca este tipo de sandalia de caucho lisa para chicos y con dos pequeñas flores de color pegadas para las niñas… ¡hay que ver como pesan!

Nos vamos dirección Huaro con las citadas “ojotas” para recoger a Milusca, a su hija Luz, que hoy viene con nosotros, y el cargamento del día. Salimos con dirección Arawara encontrándonos de nuevo el paso cortado. Bueno, esta vez no necesitamos la viga al haber puesto en un lado de la zanja un relleno de piedras. Está lloviendo y la pequeña Luz se ha dormido en el coche.

Al poco de llegar al destino nos encontramos por el camino a un ciclista bien equipado que nos hace parar. Resulta ser el Párroco de Urcos. Nos dice que viene de celebrar misa en Arawara y que la niña de quince años, Mery, se había resbalado con el fango, cayéndose y que, probablemente, se había fracturado el fémur, que gritaba de dolor y que era urgente trasladarla al hospital. Ya que por alguna razón pasábamos por allí, camino de esta comunidad, propusimos sin dudar bajarla al hospital. El Jesuita Padre Alfonso, que así se llamaba, nos lo agradeció y siguió su camino.

Al llegar al poblado mientras los compañeros ayudados de los niños del lugar descargaban el coche bajo la lluvia, me dirijo rápidamente por la pendiente resbaladiza hacia el lugar donde se encontraba la niña afectada. La encuentro tendida debajo de la escalera exterior de un local que no sé para qué sirve. Está tendida en el suelo encima de un paño de color claro y cubierta con una manta de alpaca negra y gris empapada del agua que caía. Se queja de mucho dolor. Le cogí la manita para tranquilizarla, pedí un vaso de agua para darle un “ibuprofeno”, y a continuación, le digo a su abuela muy anciana, muy arrugada y que lleva en mano un cuenco de arroz, que le dé unas cucharaditas para aliviar su estómago.

La manta está cada vez más empapada y ahora llueve muy fuerte. Hay que trasladarla al coche pero… ¿cómo? Hay unas vigas de madera arrimadas y Celso está pensando hacer una camilla con ellas. Pido una manta seca que me trae otra abuelita y, después de dar vueltas, decidimos llevarla al coche subiendo la pendiente cogiendo el paño de abajo donde reposaba por las cuatro puntas a modo de “fardo típico del lugar” y subirla tal cual. Esto lo hicieron cuatro hombres. La niña seguía quejándose llorando amargamente. La incorporamos en el asiento de atrás. Yo subí delante, al lado de Urbino. Celso en el maletero y dejamos a José y Milusca en el poblado para organizar la chocolatada y resto de artículos. La niña en el coche ya tenía menos dolor. Le estaba haciendo efecto el medicamento. Me dijo que se llamaba Mery; yo me llamo Susana, le dije, y ella me contestó: ¡Oh! como la alcaldesa –de Lima- Entonces le contesté: no me gusta que se llame como yo, pues no me gusta la política. Esto le hizo reír mucho.

Por el camino, Celso pidió de parar el coche, más o menos a nivel del paso cortado, y subió a una casa por unas escaleras de las cuales posteriormente bajó una mujer que vestía un conjunto falda y chaqueta roja que resultó ser la enfermera. Se asomó al coche por el asiento trasero y le puso a la niña una inyección calmante.

Parecía conocerla. La enfermera subió delante tras mi petición y yo detrás en el maletero con Celso. Todo esto me resultó muy extraño pero Celso me explicó que había que llegar al hospital de Urcos con la enfermera por el tema papeleo y demás asuntos; de lo contrario no aceptarían el tratamiento de la paciente. La madre de Mery tiene que estar esperando en el Hospital Regional de Cusco, previo aviso por teléfono de Celso, ya que la mujer estaba en el mercado de Urcos vendiendo sus cuyes

Atendieron a la niña inmediatamente, así que pudimos despedirnos de ella. Me voy, le dije con un beso, y ella me contestó: ¿Y yo?

Comentario de la enfermera al despedirnos de ella: Dios quiso que pasarais por allí en aquel momento, pues de lo contrario, no sé cuando hubiera llegado aquí.

Seguía lloviendo. Tomamos camino de regreso para reunirnos con los demás y tengo que mencionar que ese día tuvimos que pasar cuatro veces por la zanja de la carretera cortada. Al llegar de nuevo a Arawara, José y Milusca, ayudados por Luz Esmeralda, ya habían terminado el reparto. Chocolatada, juguetes, ropa, ojotas, cremitas, etc…


No se pudo hacer la revisión de la vista por falta de luz. Y seguía lloviendo, pero ya incorporados y acompañados de Gregoria, fuimos a visitar los galpones de los cuyes. No lo encontré tan limpio y organizado como los de la comunidad de Pallpacalla, quizás por la lluvia. Por cierto que hoy tampoco pudimos hacer las fotos de los galpones de Pallpacalla por la lluvia y por el río que, según Celso, estaría muy crecido a su paso por el camino.



Ya de regreso a Huaro, Luz dormía; Milusca la acostó en una de tantas maletas que hay en la oficina, de los varios viajes hechos por los voluntarios, haciendo las veces de cunas improvisadas. ¡Está muy bonita la niña!


Pagamos al chofer, el cual cobró más soles por el viaje extra de Mery al hospital. Se lo merecía por la ayuda que nos prestó en todo momento. Estando allí llamó el Padre Alfonso desde el hospital para decirnos que iban a trasladar a la niña al hospital de Cusco. En efecto, tenía fractura total de fémur. Dijimos que iríamos a visitarla el día siguiente, y al llegar a Cusco fuimos a comprar para ella un libro y varios tebeos –allí llamados “condoritos”- de chistes.

Cenita ligera y a la cama. Ha sido un día movido y emotivo.


1 comentario:

The Fire Butterfly dijo...

Buena idea proporcionar cosas que la gente tiene acostumbrado usar(ojotas)